« La piel y la máscara" de Jesús Díaz

Jesús Díaz, nacido en 1941, es un narrador, ensayista, guionista y director de cine cubano. Participó al movimiento revolucionario y fue una figura importante del mundo cultural de la isla hasta que sus escritos críticos ante la revolución lo obligaron al exilio en 1992. Murió en Madrid en 2002.

Esta novela publicada en España en 1996 parece inspirada de su propia trayectora cultural en Cuba. Es una novela que narra el proceso de filmación de una pelicula titulada La piel y la máscara. Entonces se superponen dos historias : la de la película y la de la filmación.

La película cuenta la vuelta a Cuba de una madre que se marchó a Miami dejando a sus hijos aún adolescentes y que lleva años sin saber de ellos.

En cada capítulo de la novela habla uno de los protagonistas de la filmación, poniendo en evidencia las dificultades que padecen en su vida real y las dificultades que eso conlleva para encarnar a sus personajes. Por ejemplo, la actriz principal que hace de papel de madre, en la realidad se ha exiliado su hijo y eso le duele a la hora de actuar el reencuentro con el personaje del hijo en la película.

Hay en la novela todo un juego de desdoblamiento que se complica aún más por el hecho que los personjes reales tienen también cosas que esconder. Por ejemplo, uno de los actores trabaja para la seguridad de estado, tiene que informar si la película es ideológicamente idónea, pero espera también poder salir de Cuba gracias a la película.

Esa novela tiene un valor testimonial de lo que es el trabajo de actor, de lo que es el proceso de creacción y de la Cuba de los años 1990 con su vigilancia social e ideológica, con la desilusión de la revolución, con sus problemas de abastecimiento o el drama del exilio.

A un momento dado de la novela, se expresa el director de cine sobre sus condiciones de creacción, el problema de la libertad de expresión y parece una confesión del mismo Jesús Díaz :

"Claro que soñar con ganar Cannes era como tener la ilusión de visitar Júpiter, pero ¿ qué me costaba hacerlo? Quizá inclusive bastaría con alcanzar una estrella más cercana, San Sebastián, Berlín, Venecia...En todo caso había una cosa clara: mi castillo era mi obra. En ella no haría concesiones al gobierno, pero tampoco, costara lo que costara, al gusto de los europeos, ni siquiera al de aquellos que podían convertirse en mis valedores. No habría en mi película el más mínimo relente de realismo mágico, esa abominación bien vendida que la crítica primermundista había identificado con nuestra expresión, como si no fuéramos más que monos modernos condenados a bailar para ellos en una jaula de miseria al tiempo que comíamos bananas destinadas a trocarse por arte de birlibirloque en penes o en fusiles"

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