Escritura del crimen en la literatura colombiana

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A pesar de los acuerdos de paz firmados en 2016, Colombia no consigue salir de la violencia. La literatura se hace memoria y eco de esa situación.


De hecho, de la crónica a la novela, pasando por el guión o la crónica, el crimen y la violencia son motivos centrales en la literatura colombiana contemporánea.

Tratando de la crónica, un libro debe recordarse : Colombia amarga de un escritor y periodista que se empeño en dar testimonio de la realidad colombiana: Germán Castro Caycedo. Su libro publicado en 1976, investigaba sobre la vida de los niños callejeros, la corrupción, los territorios olvidados de la nación...

Si uno mira las producción novelística, lo que llama la atención son las numerosas interrogantes que provoca en los escritores la violencia que impregna la sociedad en la cual viven. Mario Mendoza, con su libro Satanás, explora los orígines de la violencia y del mal. Los ejércitos d'Evelio Rosero se estructura sobre la violencia irracional y arbitraria :  el pueblo imaginario de San José funcciona como un espacio simbólico donde se despliega la poética de esa violencia. Por su lado, Santiago Gamboa publicó en 1997, Perder es cuestión de método: un libro que trataba de la violencia y de la corrupción en sus dimensiones universales.


La violencia en Colombia afecta todos los aspectos de la sociedad, del espacio más íntimo al más colectivo y la literatura nacional refleja ese fenómeno. La novela de Fernando Vallejo, El fuego secreto, por ejemplo, cuenta las aventuras homosexuales de un joven en la Colombia de los años 1950-1960 y constituye, a la vez, una crítica social feroz. Sergio Álvarez, autor de 35 muertos, explicó en una entrevista que la llave autobiográfica de su novela era el número impresionante de gente cercana que se le habían muerto : familiares, amigos o conocidos. Aunque el autor trate el tema con humor, ese libro ha sido calificado por un crítico de “crónica sentimental de la violencia en Colombia”.


En los años 1980, el país atraviesa uno de los periodos más dolorosos de su historia : el narcotraficante Pablo Escobar entra en guerra contra el Estado, los grupos paramilitares se hacen más y más presentes y los ataques y secuestros de la guerrilla se intensifican. En la década siguiente, una abundante producción de novelas negras van a rendir cuenta de esa criminalidad y corrupción : La tragedia de Belinda Elsner de Germán Espinosa (1991), El capítulo de Ferneli de Hugo Cháparro Valderrama (1992), Saide de Octavio Escobar Giraldo (1995) y La canción de la flor de Gonzalo España (1996). El escritor e investigador Gustavo Forero Quintero funda en 2010 un congreso literario dedicado al género negro : Medellín Negro.


Esa producción se interesa también en la corrupción del mundo político como se puede ver con la novela Lady Masacre de Mario Mendoza o la de Laura Restrepo, Delirio, en la cual el misterio de una mujer que se ha vuelto loca desemboca en una investigación sombría sobre las relaciones entre la oligarquía y el narcotráfico. Podemos citar también la novela Justos por pecadores de Fernando Quiroz, una investigación sobre el Opus Dei. La dimensión política puede ser tratada de manera totalmente ficcional como en la novela Buda Blues de Mario Mendoza en la cual un universitario investigando sobre un asesinato descubre un mundo paralelo, el de los anarcoprimitivistas.


De la conquista a los conflictos armados contemporáneos entre el gobierno y los grupos revolucionarios, la historia colombiana está marcada por la violencia y el crimen.


Así publicó William Ospina una trilogía sobre la historia de la Conquista cuyo primer tomo, Úrsua, vuelve sobre la gesta violenta y heroíca del vasco Pedro de Úrsua y nos sumerge en una época en la cual la codicia del oro se nutría de leyendas. Se puede señalar también el libro de Gilberto Castillo, Balboa y el Mar del Sur, en el cual se ve la violencia del encuentro entre Españoles y pueblos nativos americanos. Con los relatos de Los piratas en Cartagena, Soledad Acosta de Samper cuenta la historia de Cartagena de Indias, ciudad que tuvo un papel fundamental en la administración y el crecimiento del Imperio español y que padeció durante tres siglos los ataques de los corsarios ingleses y franceses.


La novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad, obra clave de la literatura latinoamericana, cuenta el destino de siete generaciones de la familia Buendía y del pueblo imaginario de Macondo. Esa novela que da a la historia la dimensión del mito, cubre un periodo que va de la mitad del siglo XIX a la mitad del siglo XX, un periodo turbado por guerras civiles entre liberales y conservadores. Dentro de los episodios contados en la novela Cien años de soledad, encontramos la masacre de las bananeras de 1928, en la ciudad de Ciénaga, al norte de Colombia. Una masacre de los obreros huelguistas de la United Fruit Company operada por el ejército. Gabriel García Márquez, para restituir el aura de leyenda que guardaba aquella masacre en la memoria colectiva, comunica en su novela la cifra de tres mil muertos, una cifra que parecen confirmar los estudios históricos recientes. Ya en 1924, La vorágine de Eustasio Rivera hacía de la literatura colombiana una erramienta notable de denuncia de la explotación y de la miseria de los obreros del caucho.


Los informantes de Juan Gabriel Vásquez trata de un episodio poco conocido de la historia colombiana : Cómo, por el diktat de Roosevelt, el gobierno trató a los ciudadanos alemanes presentes en el país entre 1941 et 1946. 


Una de las últimas guerras civiles, llamada “La violencia”, empezó con el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Galitan. Durante diez años, “ los pájaros”, implacables asesinos políticos organizaron verdaderas limpiezas. En su película Cóndores no entierran todos los días, el director Francisco Norden trata de uno de los más famosos de esos asesinos  : León María Lozano, llamado El Condor.


En 2012, Gustavo Forero Quintero publica Desaparición, una novela que trata de la toma del Palacio de Justicia de Bogotá por un comando de guerrilleros en 1985. Esa operación, después de la intervención de la policía y del ejército, desembocó en la matanza de noventa y ocho personas y fue calificada de “masacre” por la Comisión interamericana de los Derechos Humanos. En su novela, Gustavo Forero Quintero plantea el marco de ese evento : el papel de la guerrilla, del ejército, de Pablo Escobar o de los magistrados. Propone, a partir de ese hecho histórico, claves para entender los problemas contemporáneos de Colombia.


La denuncia de la violencia política por la ficción sigue vigente. Puede, por ejemplo, citarse la novela de Santiago Gamboa, Plegarias nocturnas, que propone una íntriga donde se mezclan narcotráfico, desaparición y paramilitares con el telón de fondo de los años del presidente Álvaro Uribe. Según la Comisión colombiana de Juristas, durante el primer mandato del presidente Uribe (2002-2006), once mil trescientos civiles han sido ejecutados de los cuales 14 % por agentes del Estado y 60 % por los paramilitares “tolerados por el Estado”.

Tratando de la guerra civil, se debe señalar el excelente trabajo documental del director Nicolás Rincón Gille que realizó una trilogía sobre la memoria oral de la violencia en el mundo campesino : En lo escondidoLos Abrazos del Río y Noche herida. En sus películas de alcance antropológico, explora el lugar de lo sobrenatural en la cultura campesina para superar lo inaceptable.

Para concluír, los desplazamientos de población debidos a conflicto armado han sido tratados por Laura Restrepo en su novela La multitud errante.


La sociedad colombiana se enfrenta a violencias de carácteres distintos que se trata de contar y denunciar.


La primera de esas violencias es la violencia social de la pobreza y de la exclusión.

Laura Restrepo en su novela La novia oscura cuenta la historia de una bella prostituta en un pueblo de la selva donde viven obreros del petróleo. Una novela que toca al trabajo periodístico. El tema de la pobreza acompaña el de la injusticia como en la novela de Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quién le escriba en la cual un oficial espera en vano su pensión de guerra.


Con su documental sobre el tribunal de los delitos menores, Bagatela, el director Jorge Caballero muestra que los acusados presentan siempre el mismo perfil : jóvenes, miserables, sin domicilio, con situaciones familiares drámaticas.... Ese universo del mundo delincuente fue tratado ya por Álvaro Mutis con su Diario de Lecumberri, nacido de su experiencia en la cárcel de Lecumberri, en México. Una colección de relatos cortos que tendrá un papel importante en la elaboración de su ciclo novelístico de Maqroll, el gaviero. En esos relatos encontramos el mismo humanismo desencantado que en el ciclo de Maqroll. El escritor capta el ambiente de la cárcel, retrata los detenidos y restituye un universo de injusticia, de miseria, de crueldad... y también de solidaridad.


El secuestro, práctica delictiva que tuvo su auge en los años 1990, sigue siendo un mal endémico. Un tema que trató Gabriel García Márquez en 1996 con Noticias de un secuestro y que volvemos a encontrar en 2014, en el cuento sombrío de Jorge Franco : El mundo de afuera.


El exilio es otro tema que suele estar relacionado con la violencia. En la novela Hot sur de Laura Restrepo, una joven latinoamericana que vino a Estados Unidos para realizar sus sueños, vive una pesadilla cuando resulta acusada del asesinato de su marido, un policía blanco. Con Paraíso Travel, Jorge Franco muestra el tráfico sórdido que alimentan los candidatos al exilio.


El problema de la corrupción política es también recurrente en la literatura contemporánea de Colombia. Pensamos en el libro Mi hermano el alcalde de Fernando Vallejo que cuestiona la validez del sistema democrático. Pero ese problema nutre toda una literatura ficcional. Ya en 1962, Gabriel García Márquez publicaba La mala hora, una novela que presentaba un alcalde con prácticas políticas discutibles. En 2003, El cerco de Bogotá de Santiago Gamboa tiene como personajes principales periodistas en el teatro de extrema tensión entre guerrilla y narcotráfico.


La novela negra colombiana es una ilustración reveladora de la violencia y de la criminalidad que hacen estragos en el país.


La novela negra existe desde hace mucho tiempo en la literatura colombiana, algunos críticos situan su aparición ya en los años 1920, pero dos obras se pueden señalar que marcan esa aparición : ¿Quién mató al carabiñero? de Arcadio Dulcey (1976) y El caso del rentista de Manuel Marthe Zapata (1980). Sin embargo, esas primeras publicaciones se debían a pequeñas editoriales independientes. Desde entonces, las grandes editoriales se han interesado por esa literatura. Desde los años 1990, se publicó muchas novelas negras que dan testimonio de la criminalidad y de la corrupción en un país donde narcotraficantes, grupos paramilitares y grupos guerrilleros hacen estragos. El escritor Gustavo Forero Quintero, fundador del Congreso Internacional de Literatura, Medellín Negro, señala que entre 1990 y 2012 un centenar de novelas que tienen como tema el crimen se han publicado en Colombia. Lo explica diciendo “En este país, para un escritor, es difícil apartarse del negro, es decir del mundo del crimen y de la corrupción, porque forma parte de su vida”. Ese fenómeno se ha incrementado estos últimos años y muchos escritores colombianos que empiezan a publicar lo hacen tratando ese problema de la criminalidad. Se pueden señalar dentro de las más recientes ediciones : La venta de Juan Sebastián Gaviria, La reina y el anillo de Luis González, Cementerios de neón de Andrés Felipe Solano o La cuadra de Gilmer Mesa.

La novela negra actual es un género que se interesa más por el contexto de la criminalidad que por la resolución de un enigma policíaca : aíslamiento del indivíduo en el espacio urbano, crisis de los valores, delincuencia... En Colombia, como lo explica Laura Restrepo, «no se puede escribir sobre detectives, sería gracioso. No se investiga porque todo el mundo sabe quién mata.” Laura Restrepo escribió un relato inspirado de la rivalidad real de dos familias sometidas a un ciclo sin fin de venganzas, un relato que reflexiona sobre una de las fuentes de la violencia en Colombia : Leopardo al sol.

La producción reciente de la novelística negra pone de manifiesto el criminal y sus contradictiones, el estatuto del indivíduo marginal en conflicto radical con la sociedad. Mario Mendoza, por ejemplo, con su novela El viaje del loco Tafur, intenta comprender el orígen de la locura poniendo en escena a un asesino que cuenta su vida.

La novela negra colombiana cuenta desde ahora con numerosos representantes que hacen entrar el género en la gran literatura. Podemos citar Necrópolis de Santiago Gamboa porque es un libro que va más allá del genero negro o Tres ataúdes blancos de Antonio Ungar que propone un juego literario sobre diferentes versiones de una misma historia.


Encontramos en la literatura colombiana temas ligados a la violencia y la criminalidad que están presentes también en otras literaturas nacionales de América Latina. 


El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez construye un mecanismo narrativo que cuenta la vida y la muerte de una dictador. Una figura siniestra que aparece bajo la pluma de los mejores escritores del continente. Pensemos en Yo, el supremo de Augusto Roa Bastos, en El señor presidente de Miguel Ángel Asturias o La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa.


El exilio y sus tráficos, tema tratado en la novela El síndrome de Ulises de Santiago Gamboa aparece en otras literaturas del continente. Pensamos, por ejemplo, en el libro del Mexicano Carlos Fuentes, La frontera de cristal que pone de manifiesto las relaciones que existen desde hace mucho tiempo entre su país y el vecino del norte. Podemos mencionar también el libro del Boliviano Edmundo Paz Soldán, Norte donde el thriller se acopla con la reflexión sobre la presencia de los latinoamericanos en Estados Unidos.


La ficción, en Colombia como en otros países latinoamericanos, puede ser usada para oponerse a la verdad oficial. La masacre de las bananeras de 1928, contada en Cien años de soledad fue contada también en otra novela colombiana : La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio. Esa preocupación de salvar del olvido un episodio doloroso de la lucha obrera anima igual al Chileno Hernán Rivera Letellier en su novela Santa Maria de las Flores Negras.


Para concluir, es interesante notar que existe un subgénero de la novela negra, la « narcoliteratura », que transcende también las fronteras. En el libro Trece formas de entender la novela negra una compilación de escritos sobre género negro fruto de los encuentros del Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro, se puede leer un artículo titulado Representaciones del narcotráfico en la literatura mexicana y colombianaAsí el Colombiano Jorge Franco con Rosario Tijeras elije como personaje principal una sicaria del cartel de Medellín. Su compatriota Fernando Vallejo, en La virgen de los sicarios cuenta una historia de amor trágica con un joven delincuente también sicario en Medellín ; si miramos del lado mexicano, podemos citar Fiesta en la madriguera de Juan Pablo Villalobos cual héroe es un niño cuyo padre es narcotraficante o Trabajos del reino de Yuri Herrera que trata de los corridos inventados para celebrar los jefes de cartel. La narcoliteratura propone tipos sociales que condensan los rasgos característicos del sector marginalizado de la sociedad y sus relatos subrayan los fenómenos sociales que acompañan la violencia del tráfico : auge de la pobreza, corrupción política, destrucción del cuerpo social, impunidad.

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