Figura del bandido en el cine y la literatura de América Latina


Lampiao, Maria Bonita et Cangaceiros (Bresil, 1920)

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El bandido en América latina aparece con denominaciones diversas según los países y según sur tipología: bandolero, delincuente, canalla, ladrón, malandrín, rufían, cuatrero si roba caballos, maleante o malevo en Argentina, cangacerio en Brasil... Esa variedad atestigua del lugar singular que ocupa en el imaginario latinoamericano.


El bandido, primero, es una figura del folclore. Así es que en la tradición oral de Guatemala, de México o de Chile, encontramos un personaje heredado de la novela picaresca española : Pedro Urdemales. Un personaje que tiene su equivalente en El Salvador - Pedro Ardimales - en Puerto Rico - Pedro Animala - en Brasil - Pedro Malasartes... Listo y burlón, ataca a los ricos, a los potentes y a los que representan el orden. Alimenta la expresión popular del sentimiento de injusticia e invita a la libertad.


Es así como encontramos dentro de los símbolos identitarios de la nacionelatinoamericanas personajes que representan la libertad y que se encuentran a menudo en los límites de la legalidad. El gaucho argentino es uno de ellos. Esos hombres libres simbolizan también la valentía varonil, como lo hacen también los héroes rurales de los corridos y rancheras mexicanos ; un aspecto del bandido que resalta y que se encuentra en otro personaje fundador de la identitad argentina : el malevo del tango. Por supuesto podemos añadir a esas figuras tradicionales otras variedades de bandido – el pirata o el mafioso – que conllevan también todo un imaginario. 

La producción artística reciente sigue recurriendo a esos tipos para prolongarlos o desvíarlos como lo hace el argentino Roberto Payró cuando recupera el motivo picaresco de la canalla simpática en su novela Chamijo que se desarrolla en la América colonial. Leonardo Oyola, por su parte, elige como título Chamamé, un género musical tradicional argentino, para el relato del enfrentamiento de dos bandidos contemporáneos. Ricardo Piglia, con su novela Plata Quemada, vuelve sobre la historia de amor y de muerte de una pareja real de gángsteres. Otras obras se abocan a ubicar la figura del bandido en la dimensión mítica que logró como la novela de Miguel Littin, El bandido de los ojos transparente o la de Yuri Herrera, Trabajos del Reino, en la cual un cantor de corridos celebra las hazañas de un jefe mafioso como se evocan los trabajos de los héroes.


Pero, el bandido es también un producto social determinado. El malevo, por ejemplo, es producto del arrabal, un barrio pobre de Buenos Aires en el cual, a finales del siglo XIX, se amontonan los migrantes del éxodo rural y los inmigrantes europeos. Numerosos tangos le dan la palabra : Pucherito de gallina, CancheroMalevaje... Así vemos que la figura del bandido se ubica también en un contexto social preciso que su mera existencia denuncia. Más allá de la libertad, el bandido propone una rebelión frente a un orden injusto. Es así por lo menos que los cangaceiros de Brasil pasaron a la posteridad.


El delincuente suele resultar a la vez víctima y protagonista de la violencia. Figura ambivalente, negativa y positiva, se entiende mejor cómo constituye un arquetipo potente que sigue inspirando libros, películas o canciones.


El bandido es un indicador social. Se mueve en espacios marginales cuyos códigos son marcados por la transgesión. El bandido es portador de una rebeldía.


El espacio social en el cual evoluciona el bandido tiene sus propios códigos que no son las normas usuales. El llamativo documental de Christian Poveda, La Vida loca, muestra la vida ordinaria sumamente violenta de los maras, pandilleros salvadoreños: tiroteos, entierros, represalias, represión policiaca...


Ir en contra de los usos sociales de la violencia resulta difícil como lo muestra el héroe que intenta escapar del destino que le es asignado por la violencia ritual de la vendetta en la película Avril Despedaçado de Walter Salles. Escapar de su medio lo es tanto como lo cuenta Fernando Meirelles en su película Cidade de Deus. Una película que pone en escena, en una favela de Rio de Janerio, a un joven que sueña con ser fotógrafo e intenta evitar el camino criminal que emprenden sus amigos de infancia.


El delincuente resulta a menudo a la vez víctima y actor de la violencia. Es así como la película Rio, linea 174 de Bruno Barreto, basada en una historia real, cuenta el encuentro desesperado entre dos seres heridos : Marisa, toxicómana, que asiste impotente al secuestro de su bébé y Sandro, diez años, que vive en la calle. Un encuentro que llevará a la toma de rehenes en un autobus.


La violencia ilegal responde a la violencia social institucional ejercida sobre la marginalidad. Es lo que muestra la novela de Osvaldo Aguirre, La deriva, cuyo personaje principal evoluciona dentro de dos espacios que se enfrentan : como periodista trabaja en relación con la policía pero investiga en el medio de los pequeños traficantes y de los drogadictos. Entre los discursos contradictorios llevados por esos espacios sociales opuestos, tendrá que eligir su bando.


En la historia de la literatura latinoamericana, el relato de la marginalidad y de la delincuencia resulta portadora de denuncia social. Uno de los libros claves que ilustra esa relación es la novela de Argentino Roberto Arlt, editado en 1926, El juguete rabioso. Una novela que cuenta la lucha inútil de una adolescente, Silvio Astier Drodman, para escapar de la miseria y de la humiliación que conlleva. Su sociedad secreta de delincuentes no desemboca en nada. El afirmarse sólo lleva a la abyección.

Otra obra importante es Hijo de ladrón del Chileno Manuel Rojas, publicada en 1951, una de las primeras en permitir la entrada en la literatura de la voz del delincuente. En esa novela, un hombre salido de la cárcel vuelve sobre su infancia y su adolescencia. Permite también la expresión de las ideas del anarquismo político.


Si miramos la producción literaria reciente del género negro, notamos que ese enfoque social sigue vigente. La novela Siete maneras de matar a un gato de Matías Néspolo cuenta las desventuras de dos amigos y tiene como trasfondo la crisis económica argentina. En el película Los Bastardos de Amat Escanlante, dos trabajadores mexicanos clandestinos aceptan el contrato de un sicario. En la de Joshua Marston, María, llena eres de gracia, es el retrato de una mujer que se nos propone; Quiere irse de su país, Colombia, y sólo encuentra un medio para hacerlo : volverse una traficante de droga. La novela de Fernando Vallejo, La Vírgen de los Sicarios, pone en escena un sicario, un asesino reclutado por la mafia colombiana dentro de los menores provenientes de los barrios los más pobres.


La hierarquía social es a menudo denunciada y los que ejercen la mayor violencia no son los que pensamos como lo muestra la película La Zona de Rodrigo Plá en la cual habitantes de una zona residencial acomodada, rodeada de muros y protegida por una empresa de seguridad privada, deciden hacer justicia ellos mismos cuando tres adolescentes de los barrios pobres penetran en el recinto.


Entre libertad y rebelión, el bandido del espacio rural es una figura importante del imaginario popular de las naciones americanas.


La más antigua de esas figuras es probablemente el gaucho de la pampa argentina e uruguaya. Cantado por la poesía popular, la de los payadores, trobadores de esa región del mundo, el gaucho es portador de los valores de libertad y de valentía varonil. Nómadas de vida precaria, los gauchos fueron explotados por los terratenientes, alistados por fuerza en los combates independentistas, usados por el gobierno en las guerras intestinas que siguieron la independencia y para la conquista del territorio del pueblo mapuche que todavía resistía a finales del siglo XIX. Es en ese periodo que aparece la literatura gauchesca que va a contribuír a hacer del gaucho un mito fundador de las nuevas naciones del Cono Sur. Una de las obras populares de ese género fue Juan Moreira d’Eduardo Gutierrez, publicada por entregas en 1880.


El bandido del espacio rural debe también contextualizarse dentro de las luchas territoriales que marcaron la historia colonial del continente. Así de Brasil donde el orígen de los famosos cangaceiros remonta al principio de la instalación de los colonos en el Sertão : se trataba de bandas armadas mercenarias de los poderes locales que se disputaban el control del territorio. A partir de 1900, esos bandidos actuan por cuenta propia y combaten el orden representado por la policía y el ejército, aparecen como justicieros. Uno de los más conocidos, Lampião (1897-1938), va a contribuír a dar una imágen positiva de este tipo de bandido primero trabajando su imágen mediática, segundo porque, en los años 1930, Brasil está gobernado por un régimen autoritario y la vida libre de los cangaceiros suena revolucionaria para el público. Es esa imágen que recupera Glauber Rocha en su película Antonio Das Mortes, realizada en 1969, cuando Brasil está de nuevo bajo régimen dictatorial.


Para concluír, el bandido del espacio rural cantado en la poesía popular, a veces hasta con devoción, tiene que ser relacionado también con la organización misma de ese espacio rural en la mayoría de los territorios latinoamericanos : las haciendas. Heredadas del periodo colonial, las grandes propiedades agriaras concentran el poder económico y político en manos de un grupo dominante y limita los trabajadores agrícolas, que sean jornaleros o rancheros, a un rango muy inferior. Un reparto fuente de numerosas revueltas... Sobre todo que al problema de la desigualdad económica se añade la desigualdad racial. Los grandes terratenientes proceden de la casta de los conquistadores, los obreros agrícolas de las poblaciones vencidas. Así es que el Peruano Manuel Scoza dedicó un ciclo narrativo épico, La Guerra Silenciosa, a las luchas emprendidas por los campesinos indígenas del Altiplano para recuperar sus tierras, arrebatadas durante siglos por los grandes terratenientes. El cuarto tomo del ciclo, Cantar de Agapito Robles, cuenta el combate dirigido, en nombre de su comunidad, por Agapito Robles con el fin de recuperar la hacienda de Huarautambo que está en mano del juez Francisco Montenegro...


Víctima y protagonista de la violencia, el bandido ilustra y denuncia los fallos de la sociedad en la cual vive. Su figura invita a reflexionar sobre el orígen del mal.


Es así como los elementos culturales pueden ser fuentes de conductas delictivas. Es lo que muestra por ejemplo la película la Mujer sin cabeza de Lucrecia Marel en la cual una mujer que mató por accidente un niño indígena se vuelve una criminal porque el orden social en el cual evoluciona la protege : el racismo hacia los Indios que todavía existe en la sociedad latinoamericana.


La herencia de la Historia puede ser causa de la violencia. Es ese tema que encontramos en la novela Las Islas de Carlos Gamerro : Felipe Félix, un hacker, ex-combatiente de las Malvinas, está convocado por un siniestro multimillionario cuyo hijo ha asesinado a un hombre. Los nombres de los testigos del crimen figuran en los archivos de los servicios secretos argentinos. Investigando, Felipe descubre que la Guerra de Malvinas todavía no ha acabado... La novela de Martín Caparrós, A quién corresponda, trata también del peso del pasado en los crímenes actuales : en un pueblo argentino, un cura es encontrado apuñalado... una historia que vuelve sobre la complicidad de la Iglesia y de la dictadura.


Por fín, si hay un tema muy presente en los libros y las películas contemporáneas es el de la corrupción. En 2009, Carlos Fuentes publica una novela que cuenta la alianza entre un jefe de seguridad con criminales para obtener los favores de la opinión pública : Adán en Edén. La película O invasor de Beto Brant, adaptada de la novela homónima de Marçal Aquino, cuenta la historia de dos socios que deciden contratar a un asesino a sueldo para deshacerse del accionista principal de su sociedad. Carancho de Pablo Trapero nos hunde en los chanchullos de las empresas de seguro en Argentina. Un Monstruo de mil cabezas de Rodrigo Plá muestra una mujer decidida a luchar contra la compañia de seguro negligenta y corrupta para salvar su marido. Podemos también señalar la película otra película de Pablo Trapero: El bonaerense, una película que nos hunde en los métodos sospechosos de la policía de Buenos Aires y muestra un personaje de policía a la vez corrupto y víctima.


La impunidad de la cual pueden beneficiarse las prácticas criminales es el tema de la novela Cualquier forma de morir del Salvadoreño Rafael Menjívar Ochoa, una novela donde se ven narcotraficantes tomando vacaciones en una cárcel y organizando una serie de suicidios. Es también el tema de la película El Clan de Pablo Trapero que se desarrolla en la Argentina de los años ochenta y donde se ve una familia ordianria organizar secuestros y asesinatos.

La hipocresía que institucionaliza la impunidad está tratado en la película El Club de Pablo Larraín que vuelve sobre una práctica de la Iglesia y de los órdenes religiosos: sustraer a la justicia civil los sacerdotes delicuentes.


Es sobre todo a la responsabilidad que llaman numerosas obras como lo hace la novela del argentino Leopoldo Brizuela, Una misma noche, que investiga a la vez uno mismo y el crimen organizado apuntando la responsabilidad de los ciudadanos frente a la violencia.


El bandido es una figura ambivalente, negativa y positiva. Una figura de la cual muchos creadores se empeñan en mostrar la humanidad.


Así de la novela Lanús de Sergio Olguín que pone en escena su alter ego literario y nos sumerge en la realidad de su barrio de infancia, de sus habitantes y de sus historias. Así también de la película de Adrian Caetano, Un oso rojo, en la cual se presenta un hombre tierno y bruto que, a penas salido de la cárcel, reanuda con su carrera criminal para tratar de conquistar de nuevo a su mujer y a hija.


La complejidad psicolólogica es otro modo para entender las actitudes transgresivas o criminales. Es ese aspecto que explora la película de Lorenzo Vigas, Desde allá, que intentar captar lo que se juega entre un hombre maduo y el joven delincuente al cual pide exhibirse a cambio de dinero. En la novela El viaje del loco Tafur, Mario Mendoza trata de la locura mientras el asesino cuenta su historia.


Existe otro espacio revelador de la complejidad del problema que constituye el criminal: el universo carcelario. Somos tributarios a Álvaro Mutis, de un conjunto de crónicas que rinde cuenta de la violencia y de la desolación de la condición carcelaria: Diario de Lecumberri. Si miramos del lado de los guiones fílmicos, encontramos Leonera de Pablo Trapero que muestra una mujer embarrazada enjaulada en una cárcel especial para jóvenes madres que no puede guardar su hijo a su lado más allá de cuatro años.

Hay que mencionar sobre todo dos películas de Héctor Babenco: Pixote y Carandiru. El segundo vuelve sobre la mayor cárcel de América Latina, la de Carandiru, a partir del testimonio de un médico, el doctor Drauzio Varella, quién llevó a cabo durante más de diez años un programa de prevención del sida con detenidos. Sobrepoblada, arruinada, la cárcel de Carandiru fue el teatro, en 1992, de un amotinamiento que fue reprimido de manera tan violenta – 111 muertos – que hizo escándalo. Pero, ya, en 1981, Hector Babenco, con su película Pixote, a Lei do Mais Fraco, denunciaba los centros correccionales para menores. Todas esas obras cuestionan la validez del tratamiento infligido a los delincuentes.

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